somos


Y finalmente, luego de vivir varias décadas, después de comprender las normas de la sociedad, de llevar a cabo cada línea indicada de forma taxativa, de lograr poseer las características necesarias para conformar un estereotipo funcional incubado en milenios de evolución, luego de eso, después de todo aquello, una persona llamada Artemio o Jorgelina (o cualquier nombre que se quiera imaginar), deja de existir sin más preámbulos ni variantes que pudieran alterar la mecánica natural propia de su existencia, de la nuestra.

Parece que fue blanco o negro. Invariablemente judío, católico, budista, agnóstico, o del Islam. Siendo un ser racional se diferenció entre altos, bajos, rubios, morochos, pelirrojos, pelados, con lunares, gordos y flacos. En su constante interacción social prefirió no saludar a otro igual pero homosexual y (aparentemente) afeminado.

Entre la heterosexualidad, la odiada “homo” y la inexplicable “bi”, entre ser activo por ley, rechazar lo pasivo o la híbrida ambigüedad. Observó con mirada rencorosa a aquellos enfermos que anhelaban cambiarse de sexo, o los travestidos que ocultaban su verdadero sexo.

Buscó siempre ser inteligente (por lo menos aparentarlo), excluyó de su círculo al defectuoso e inservible, al analfabeto y al de bajo nivel adquisitivo

Diferenció antagónicamente al hombre de la mujer, a la mujer del hombre.

Defendió su nacionalidad perpetua y exclusiva.

Excluyó a los pueblos originarios de sus tierras.


Recordó siempre la necesidad de poseer un falo enorme o de presumir unos senos grandiosos.


Supuso, supuso y mucho, como muchos, todos.


Ahora es arena, tierra, viento, como muchos, todos.

foto: manu

rejas


La plaza del barrio se encuentra enrejada, parece una inmensa jaula, casi un zoológico. La zona del tobogán también está enrejada, se asemeja a una jaula dentro de otra, los nenes se presuponen monos (gritan, se embarran, puede ser, tal vez lo sean). En consecuencia, la casa de enfrente también se protege (ventana, puerta, jardín y -hasta- el enano del jardín), no es una jaula, no, es una prisión.

La joven ubica un pie sobre el otro, se acomoda en el banquito enrejado, el cual se encuentra adornado con plantitas que nunca generarán sombra, ni siquiera para los pies, o para un brazo o medio/bracito.

Ella observa el panorama, mira las rejas prolijamente pintadas, todas lineales, sin errores, con sus entradas vigiladas por seguridad municipal y con horario de cierre a las siete de la tarde. La observación se profundiza, se transforma en pensamiento y se constituye en una idea: “esto es una farsa”. Comprende entonces, que el panorama no puede ser real, que (ineludiblemente) tiene que ser una comedia, una broma pesada. Entiende que la vida misma lo es (principalmente), que ella participa sabiéndolo, que es parte, tan culpable como cualquiera.


Entonces,
sostiene que observa un bosque con cerros de fondo. Que está sentada bajo un árbol de varios metros, y que escucha un disco de los años setenta. Los niños chapotean en el río. La casa de enfrente tiene la puerta entreabierta (las ventanas también), lo cual permite disfrutar de un aroma a empanadas recién salidas del horno.



Entonces,
están cerrando/sitiando la plaza.
-
Mañana la electrificarán (intuye).
Pasado habrá derecho de admisión.
-
Luego,
cuando nadie pueda entrar,
construirán un shopping,
para todos.




foto: manu