rehén


Siente la necesidad imperiosa de rascarse la nariz.

Si bien dicha petición corporal es inminente, estima necesario omitirla por el momento. Entiende que rascarse con vehemencia, resultaría poco atractivo para los ojos de la joven que tiene enfrente. A su vez, supone, que él debería poseer una soberana supremacía por sobre su nariz, esto es: él es el gigante, la nariz es la pequeña, por lo tanto, correspondería dominarla con total autoridad y suficiencia.

Entonces, ocurre lo teóricamente evitable, la nariz se rebela, incrementa su picazón, lo desafía vilmente, une voluntades y entrelaza alianzas con el hombro derecho, la tetilla izquierda, el ombligo profundo y los testículos.

Los pies se acalambran.
La boca sangra estrepitosamente.

Intenta desconocer todo lo que acontece, pretende observar a la joven, continuar dialogando con naturalidad, pero sus ojos se quedan ciegos, el cuerpo transpira descontrolado, le urge vomitar, escupir, parece estar a punto de perder el conocimiento.

La situación se torna desesperante.
El corazón palpita, retumba en su cuello.

¡Grita!, primero de forma grave, después de manera aguda, luego se esconde en el silencio y en su exasperante quietud.

Comprende, claro que comprende, no tiene opción.
Sucumbe a rascarse con las dos manos y por entero.

Encuentra calma, pero ya es tarde.

La joven huye despavorida.
Hoy no tendrá sexo.
foto: lucho

entre la hoja exacerbada y su ilustrador intimidado


Podrías comenzar por agarrarme con convicción, sin tenerme tanto miedo ni respeto. La cuestión es crear, zigzaguear con decisión. Sería bueno empezar dibujando un sol y/o alguna que otra nube, eso no es tan complicado, cualquiera puede hacerlo. Después deberías agudizar tu creatividad, descartando de plano la idea ordinaria de dibujar una casa con dos ventanas, una chimenea y su inexorable humito. Hay que volar un poco, imaginar, pensar sin estructuras, sin limitarte por el espacio, ni por el tiempo, algo así como dibujar un ruido, una sensación.


Por lo que más quieras, no dudes, ni te quedes quieto. Si el lápiz negro no te convence o te bloquea o te corrompe, elegí el azul, el marrón o el verde. Podrías dibujar montañas, montones, miles, para luego desvariar en una selva tropical con bananas de cinco metros. No sucumbas ante el miedo, no vuelvas al principio, no borres con el codo, no seas temeroso. Hay que agarrar el lápiz con propiedad, sin preámbulos, ni morisquetas.


¡Dibujame sinvergüenza, sos grande che! No escribas tu nombre, o números con ojos y bigotes aparentemente divertidos. ¡Inventá, dale! No mires por la ventana, ni se te ocurra pispiar el techo, o maldecir tu falta de imaginación.

¡Pelotudo!

Perdón, perdón por el exabrupto, fue sin querer,
no llores por favor,
pero no me dejes en blanco, ¿si?

Está bien,
podés dibujar una casita con chimenea (otra vez).