sobredosis



El líquido penetra mientras las luces se entrecruzan dejándolo bizco. Se marea, trastabilla, pierde el habla, se enmaraña en lo olvidado, trata de resucitar y lo logra en parte. Escribe raro, en degradé, parece ruso, mongol o dinamarqués. Garabatea palabras ensuciando la pared, tal vez sea un horrible poema o la lista para el almacén.

“¿Dónde está la puerta?”, pregunta con poca modulación, entretanto un tomate con forma de pera rueda por la escalera. “¡Vivan los novios!”, cree escuchar desde las luces violetas provenientes de aquel sofá floreado que, insospechadamente, se pliega y se transforma en una escoba.

“Corré, corré”, le grita el techo a través de unas sombras chinescas poco logradas. La escoba aparenta barrer, mirándolo de reojo. Luego lo insulta y pierde la paciencia al ver un plato con arroz olvidado en un rincón hace más de tres días. Violentos y censurables golpes recibe nuestro protagonista. La escoba se divide, ahora son dos. Salvajismo, ¡oh, sí!, salvajismo. Crueldad, ¡oh, sí!, mucha crueldad.

Con visibles moretones se acerca a la ventana, tiene que huir.

La sensación extrasensorial se diluye, necesita una nueva dosis para olvidar aquello olvidable.

La encuentra.

El efecto reaparece y salta al vacío. La inercia hace lo suyo, lo chupa para un costado, más o menos hacia el noroeste, a una velocidad promedio, con posibilidades de lluvia, aterrizando cerca de Perú o Tailandia.

Las luces se entrecruzan más y más, quiere tocarlas aunque quemen, una adrenalina remixada lo dobla en velocidad. El calor tritura lo que encuentra alrededor, encandilando la visual en un blanco amarillento. La energía devora su cuerpo, mientras que el cerebro se fríe como un huevo. Todo es tan insostenible que se anula, no queda mucho tiempo, está a punto de evaporarse.



Le regalan una última bocanada de aire.
La bebe con un poco de agua mineral.

Abre los ojos con dificultad.




Está flotando en una inmensidad silenciosa de puntitos multicolores esparcidos en un espacio ondulado.


Jura, que es lo más hermoso que alguien pudo ver.




fotos: tania petite