el juego de don julio


El techo gira a gran velocidad, todo parece extraño, paradójicamente, todo parece más lento. El ruido del motor del subterráneo rompe el momento, focalizo la puerta, entro.

El techo deja de girar, me centro en el ruido del motor. Un ruido que se hace necesario para no quedarme dormido.

Giro la cabeza, la observo, el motor deja de importar, el sueño desaparece. La observo nuevamente, me llama la atención y me genera necesidad. Está a tres o cuatro metros de distancia, ocho personas nos separan. Siento nerviosismo.

De pronto, todo parece claro y una sonrisa se dibuja en mis labios, como a un loco que ha logrado responder (por fin) un planteo existencial. Me doy cuenta que soy parte de un cuento de Cortázar (
Manuscrito hallado en un bolsillo). Siento adrenalina.

Compenetrado con esta nueva realidad, con este juego de Cortázar, me digo en voz baja “si ella desciende en la estación Juramento, tendré que hablar con ella e invitarla un café”.


Restan cinco estaciones. Transpiro, ella también. Tiene sudor en la frente y cerca de su oreja izquierda (la otra oreja no la puedo ver desde esta perspectiva, pero estimo que debe pasar lo mismo).

Ella mira al vacío, no observa a nadie, tiene la mirada clavada en un punto fijo. Seguro que recuerda algo/alguien. Algún amor que la lastimó o alguna obligación incumplida que la llena de culpa. No sale de esa nube tediosa, no me observa. Yo la miro con obviedad, pero sus ojos están en otro lado.


Quedan cuatro estaciones. Noto que resopla, algo le pasa o le pesa, algo la aqueja. No me mira, yo la miro, pero no se da cuenta.

Tal vez ella sea más grande que yo, quizá sólo sea un niño, un inmaduro. Si me diera la chance de saludarla, en una de esas…


Tres estaciones y nada cambia.


Dos estaciones. Muevo las fichas sobre el tablero. Salgo de mi posición alejada. Me siento frente a ella, buscando de alguna manera, alterar su mirada perdida en el tedio.

Ella me observa un segundo (estoy casi seguro, tal vez, creo, si, no, espero).

Ahora cierra los ojos. Debe estar queriendo olvidar todo lo que la atormenta.


Una estación. Siento que Cortázar me toca el hombro. Siento que transpiro de forma estrepitosa, no me importa, estoy frente a ella.


-


Treinta segundos y el tren se detendrá.

Se detiene.

Me levanto.

La observo con necesidad. Sus ojos se mantienen cerrados, ahora duerme, descansa.


No se bajará en la estación Juramento.

No, no lo hará.

Disfruta de un momento de paz.




Fin del juego.


foto: manu