Sentado en la plaza, consumiendo con vehemencia una novela, dos semanas leyéndola, catorce días, y ahora acá, terminándola. No quiero llegar a la última página, no quiero perder la amistad que tengo con ella, no quiero un “hasta luego estimado lector”, no quiero un ”nos vemos en la próxima novela”, "te recomiendo que leas...", no quiero, no quiero, no quiero. No.
Deseo su compañía constante que me protege de un mundo que no entiende.
Doy vuelta la página 647, sólo resta un párrafo pequeño, ya voy sufriendo el adiós, mis ojos se hinchan, se me frunce el entrecejo. Siento la despedida, no quiero llorar, pero un poco si.
Y es el punto final de la novela, un adiós unilateral. El libro se cierra, te deja afuera. Levanto la vista, observo a la gente caminar. Viento.
Pausa o desconcierto.
Una sonrisa aparece lentamente en mi rostro (desde el lado derecho). Recordaré haberla conocido, sus diálogos y su personalidad oculta llena de sorpresa. ¡Eso es! La pensaré en la fantasía del recuerdo y en la nostalgia trasnochada. Qué bueno ha sido conocerla. Si, si, que bueno ha sido.
Anochece en capital, el frío se siente, volver a casa y comer algo rico. Buen plan.
“...cómo me gustaría comer unos ravioles de la abuela.”
foto: manu