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En el fondo, allá, a unos metros, tal vez quince, debajo del árbol, la muchacha le saca lustre al parque con sus fotos. Hace dos minutos, más o menos, el foco, el suyo, se orienta hacia mi posición.
Me observa bajo la excusa fotográfica, lo sé. Puntualmente, su perspectiva debe aglomerar: mi perfil derecho, el cigarrillo sostenido con la mano izquierda, el sol detrás, mi remera del Eternauta, los pantalones rayados, piernas cruzadas, zapatillas en el suelo, los pies en el aire, árbol gigante, sombra enorme y el gentío conversador.
Imaginará mi silencio dentro del bullicio, una especie de introspección natural manifestada aquí, en este lugar, generándole una condensada melancolía y una potencial fotografía en blanco y negro, bastante lograda, por cierto. Ella la enmarcaría en el pasillo de su casa, justo antes de la puerta del baño y medianamente cerca del dormitorio. Luego, la observaría alguna que otra noche trasnochada o en las reuniones familiares aburridas.
En esta paradoja de saberse espiado, y de ella intuirlo, se genera una complicidad, una espera compartida orientada estrictamente en proyectar si alguno de los dos modificará la situación, o mínimamente, si ejerceremos la potestad de un saludo lejano.
Mientras tanto el sol cae y mis pies se sumergen en las zapatillas. Tiempo de irse.
En el resoplido del momento, su cámara apunta, catastróficamente, hacia otro lado. Intento hacer aparatosa mi partida, lograr que el foco vuelva hacia mí, darle tiempo para dos fotos más, que se acerque, me muestre lo captado y diga “me gustó esta, la que fumás mirando a la nada”.
Será la próxima vez.
Mejor no.
Prendo otro cigarrillo, cambio el final,
Me observa bajo la excusa fotográfica, lo sé. Puntualmente, su perspectiva debe aglomerar: mi perfil derecho, el cigarrillo sostenido con la mano izquierda, el sol detrás, mi remera del Eternauta, los pantalones rayados, piernas cruzadas, zapatillas en el suelo, los pies en el aire, árbol gigante, sombra enorme y el gentío conversador.
Imaginará mi silencio dentro del bullicio, una especie de introspección natural manifestada aquí, en este lugar, generándole una condensada melancolía y una potencial fotografía en blanco y negro, bastante lograda, por cierto. Ella la enmarcaría en el pasillo de su casa, justo antes de la puerta del baño y medianamente cerca del dormitorio. Luego, la observaría alguna que otra noche trasnochada o en las reuniones familiares aburridas.
En esta paradoja de saberse espiado, y de ella intuirlo, se genera una complicidad, una espera compartida orientada estrictamente en proyectar si alguno de los dos modificará la situación, o mínimamente, si ejerceremos la potestad de un saludo lejano.
Mientras tanto el sol cae y mis pies se sumergen en las zapatillas. Tiempo de irse.
En el resoplido del momento, su cámara apunta, catastróficamente, hacia otro lado. Intento hacer aparatosa mi partida, lograr que el foco vuelva hacia mí, darle tiempo para dos fotos más, que se acerque, me muestre lo captado y diga “me gustó esta, la que fumás mirando a la nada”.
Será la próxima vez.
Mejor no.
Prendo otro cigarrillo, cambio el final,
y voy.