
El diálogo empezó con cierta fluidez, tal vez por destino y matemática (una suma, una resta y una regla de tres simple = charlar). Preguntas corrientes, respuestas pasajeras (con mucha exclamación), risas repetidas, dichos positivos (para resaltar al prójimo), miramientos centrados (como para no perder los ojos en otras partes), voz suave, acercamiento posible, luces apagadas, cerveza en la barra del bar, poca gente, de madrugada, sin prisa. Todo perfecto.
Presumo que puede suceder algo. Es hermosa.
Me intereso aún más por la conversación, buscando preguntas con respuestas que me hagan fluir, que me permitan volar, y que logren sacarme de la lógica diurna.
-¿Cuáles son tus sueños? –pregunto con ánimo.
Ella suspira con ganas, ¡hasta sonríe!, toma fuerzas y de forma mecanizada me cuenta: “Pienso terminar la carrera de Abogacía el semestre que viene, luego hacer un máster sobre comercio exterior el otro año. En el trabajo que tengo, seguiré unos meses más, después renunciaré. En ese tiempo aprovecharé para hacer un curso para despachante de aduana. Luego trabajaré en algún estudio jurídico grande (me nombró unos catorce). En cuatro años pediré un crédito bancario y me compraré un departamento, buscaré que sea por el barrio de Palermo o de Belgrano, siempre viví por ahí y no quiero cambiar de lugar. Pienso casarme dentro de siete u ocho años, en estos momentos no puedo comprometerme, no tengo ese tiempo, ni tampoco quiero distracciones. Hijos no lo creo. Mañana pienso comprarme un perro salchicha. En estas vacaciones iré a la costa a disfrutar del sol, del mar y buscaré un amor de verano, nada muy profundo, sólo físico. Quisiera cortarme el pelo y dejarme un flequillo semi-largo…hasta por acá, más o menos….
De pronto levanta la cabeza y observa que me estoy retirando sutilmente de la barra.
-¿¡Qué pasa!? –pregunta sorprendida.
-Me voy –contesto de forma cortante.
-¿Qué pasa? –vuelve a preguntarme.
La observo estafado.
-Pensé que tenías sueños, no tanta realidad.
Presumo que puede suceder algo. Es hermosa.
Me intereso aún más por la conversación, buscando preguntas con respuestas que me hagan fluir, que me permitan volar, y que logren sacarme de la lógica diurna.
-¿Cuáles son tus sueños? –pregunto con ánimo.
Ella suspira con ganas, ¡hasta sonríe!, toma fuerzas y de forma mecanizada me cuenta: “Pienso terminar la carrera de Abogacía el semestre que viene, luego hacer un máster sobre comercio exterior el otro año. En el trabajo que tengo, seguiré unos meses más, después renunciaré. En ese tiempo aprovecharé para hacer un curso para despachante de aduana. Luego trabajaré en algún estudio jurídico grande (me nombró unos catorce). En cuatro años pediré un crédito bancario y me compraré un departamento, buscaré que sea por el barrio de Palermo o de Belgrano, siempre viví por ahí y no quiero cambiar de lugar. Pienso casarme dentro de siete u ocho años, en estos momentos no puedo comprometerme, no tengo ese tiempo, ni tampoco quiero distracciones. Hijos no lo creo. Mañana pienso comprarme un perro salchicha. En estas vacaciones iré a la costa a disfrutar del sol, del mar y buscaré un amor de verano, nada muy profundo, sólo físico. Quisiera cortarme el pelo y dejarme un flequillo semi-largo…hasta por acá, más o menos….
De pronto levanta la cabeza y observa que me estoy retirando sutilmente de la barra.
-¿¡Qué pasa!? –pregunta sorprendida.
-Me voy –contesto de forma cortante.
-¿Qué pasa? –vuelve a preguntarme.
La observo estafado.
-Pensé que tenías sueños, no tanta realidad.
foto: lucho