el viaje


Empezamos el viaje en Buenos Aires, almorzamos en Rosario y dormimos en Salta.

Descubrimos valles hermosos, y conocimos algunos pueblos de Jujuy (Purmamarca, Humahuaca, Abra Pampa, La Quiaca). Caminamos Bolivia y sus 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, venciendo (de esta forma) el mito de la altura. Pudimos visitar el lago Titicaca, para luego cruzar al Perú. Armamos una guitarreada en una plaza de Lima, bebimos cerveza fría y disfrutamos de la lejanía con gente desconocida.

Visitamos Ecuador (nos sacamos una foto en el paralelo que divide el mundo por la mitad), conocimos Colombia y su café de buen tomar. Al llegar a Venezuela nos sentimos el General Simón Bolivar, pero terminamos siendo el “Che” Guevara cuando la tonada porteña hizo eco.

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Barba crecida, musculosas, bermudas rotas, medias bajas, zapatillas caminadas y bolsos convertidos en bolsitos.

“En la lejanía uno busca simpleza”, decía Pablito y agregaba (mientras armaba un cigarrillo) “En la lejanía uno se convierte en lo que quisiera ser”.

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El paisaje extraordinario se transformó en costumbre, rodeados de simpleza y de la calidez de su gente, esa calidez demostrada en un continente en el cual, como argentinos nos sentimos extraños. Pensamos que somos más, que estamos arriba, pero descubrimos que somos menos, mucho menos, no merecemos tanta calidez… no la merecemos.


En la noche venezolana cerramos los ojos. Sentimos el sonido de la percusión, descubrimos un mundo, entendimos el viaje y encontramos respuestas.

En la noche venezolana, nos sentimos latinos por primera vez.
Cinco minutos latinos, y unos segundos más.

Luego los ojos se abrieron, fatalmente se abrieron. Nadie quería.

Minutos que se fueron como arena, realidad otra vez.

Nos observamos…
…y nos encontramos (otra vez) como una cosa híbrida, que quiere tener una forma, pero no la tiene.

Volvimos a ser del sur del sur,
de un sur sin su norte.


foto: manu