un gusto personal


En este mundo, continente, país, ciudad, pueblo o caminito, se encuentran tantas e infinitas. Algunas sonríen y te alegran el día sin darse cuenta, otras mantienen una distancia que hay que acortar con trabajo y dedicación, muchas esperan aquello que siempre soñaron, y otras deambulan en busca de revancha.

Algunas atraen por leer en el subterráneo, por mandar un mensaje de texto (interminable) en el tren, por cantar una canción en el auto (cuando uno quiere dormir), por caminar apuradas en busca de un taxi mientras intentan no pisar una baldosa floja, por anudarse el pelo mientras estudian, por dormirse en cualquier lado…

Son todas lindas, pura armonía corporal, todas ellas lo son, pero uno tiene sus gustos, un paladar que cree saberse conocedor de lo que quiere. Varios las prefieren rubias, teñidas de rubias, castañas, morochas, con rulos, con mucho labio, con las uñas pintadas de varios colores, con torpezas al caminar, con elegancia al hablar, discretas al mirar, jóvenes o con lunares.

Repito, todas son lindas, pido que no me juzguen o tal vez eso mismo quiera, deseo expresar cual es mi gusto, aquello que me distrae, eso que me deja pensando:


Aquellas que andan en bicicleta.


Ellas generan una intriga inagotable, producen querer saber hacia dónde van, imaginar que sabrán tocar la guitarra y que les gustará la pintura. Generan esa envidia de no saberse atadas por el tráfico, a ningún auto/taxi/tren/colectivo, o calle en contramano, y sobre todo, ¡sobre todo!, ellas disfrutan del viento en la cara y llevan sus cabellos revueltos al natural de manera extraordinaria.



Generan esas gotitas de libertad...

y unas ganas inmensas de conocerlas,
comiendo mandarinas en el balcón.



collage: manu

sistema métrico decimal (*)


Ella camina hacia él.

Dieciséis metros los separan. Ella puede observarlo con nitidez, ver como muerde los labios, como cierra los ojos, como se queda sin aliento, como respira acelerado.




Ocho metros, algunos pasos bastan para poder abrazarlo, para tranquilizarlo, para hacerlo sonreír, para hacerlo olvidar, para escupir aquello que contamina, para empezar a imaginar unos besos en la espalda con gusto a uva (tal vez).



Cuatro metros, y sus voces parecen mezclarse en un susurro. El viento calma al tiempo, un lapso que se olvida entre tanto espacio caminado. El silencio sigiloso espera el momento en que una mano roce a la otra. Todo es una espera, una pausa, un momento de inflexión, un instante, una intriga.


Dos metros. Parece que se sienten, los pies se susurran, el dedo gordo algo le dice al meñique. La impaciencia retumba con constancia. Lo irreal se transforma en algo concreto.

Un metro. En la necesidad de un “todo”, en la necesidad de paliar esa intriga irreal y real. En la necesidad de probar aquello ajeno. En el afán de no poder contenerse. En la crueldad de la duda…él (si, él), sucumbe dando un paso hacia adelante.


Es un error.


Ella siente como el furor de los gritos de su mente la martirizan, el temor la apodera. Se intimida por ese paso, por ese insignificante paso dado por él. Ella se aleja, recula porque sufre y recuerda. Las imágenes le parten la cabeza, vuelve aquello anterior, aparentemente olvidado, eso otro, aquel. Ahora duda de sus pensamientos, se marea, pierde la línea. Pierde ese maldito equilibrio existencial. Ella se aleja despacito soltando alguna lágrima, para luego girar, darse vuelta y correr.

El se queda quieto y la observa alejarse.


No la sigue,

es un adiós,

una liberación.




foto: manu