rulos


Titubea el pie, tiene miedo de pisar ese frío mármol. Un mármol que lo congelaría, dejándolo casi muerto. Buscaría calor, para luego sufrir la transpiración inevitable, para caer en la tentación de querer lluvia, luego un diluvio, después un tifón universal, luego un fuerte viento, más tarde una tenue brisa, para terminar (indefectiblemente) en esa caricia que lo llene de felicidad, para luego desearla todos los días, para después enfermar por su ausencia y caer en la trampa de recordarla, recordarla con amargura, con ese dolor vacío y por ese frío mármol…ese frío mármol.

El pie siente que no tiene que volver a pisar lo pisado, cree intentarlo, pero lamentablemente el latido del corazón se le incrementa a medida que roza un par de rulos de la enrulada cabellera colorada.

Entonces…piensa, con debilidad y sin mucha convicción, piensa y deja de lado (por unos tres segundos) ese sentir enrulado que le enrula el dedo gordo. Piensa que no es bueno romperse nuevamente el corazón, pero irremediablemente el pensar no le sirve absolutamente de nada.

Siente que la suerte está echada, siente que perderá antes de jugar y que no habrá revancha.

El pie naufraga lentamente en una pileta eterna, en un mar sin orillas. Busca desesperadamente una isla, un puente, un túnel, una escalera de dos metros con baranda, algo para agarrarse, lo que sea. En su defecto se conformaría con encontrar un foco que ilumine su andar, o un solcito tenue que le permita observar el horizonte, o (de última) una sola estrella que lo pueda guiar hasta el final del camino. Un camino enrulado que se convertirá en pared en un lapso de tiempo no muy lejano.

Sabe que la suerte está echada, sabe que perderá antes de jugar y que no habrá revancha.

Se queda quieto, se deja atrapar por esos rulos colorados.
En un último esfuerzo, intenta dejarlos, pero no puede.


Lamentablemente, no puede.
No quiere hacerlo.


foto: manu

casi un mar (*)


Cien barrios, subtes, trenes, colectivos, pre-metro, combis, autos, tráfico, más tráfico. Bocinas, sirenas, bullicio, hormiguero, avenidas, calles, más calles. Caminar, correr, caminar, chocar, caminar, trotar, caminar, esquivar baldosas flojas y alguna gotera que cae desde el cielo. Miradas que se nublan, personas que parecen iguales.

Detrás de todo, existe un río ancho casi un mar.


Diez millones de personas que se aglomeran por lugares comunes, cincuenta nombres que uno podría recordar (con ayuda de una lista de papel), cuatro amigos que cenan juntos los miércoles, tres celulares (uno en el bolsillo izquierdo, otro en el cinturón y el último en la mano o pegado en la frente con cinta adhesiva), cuatrocientos contactos en la agenda.

Un solo río ancho casi un mar.


Días que son segundos, que son arena, que no permiten siquiera un suspiro. Esquivar a cuatro policías, a una señora mayor que camina lento, a dos individuos de traje que hablan a los gritos y a treinta mil ciento sesenta y dos personas que buscan transitar bajo la sombra.

No hay momentos para frenar, no hay siquiera una pausa que te permita pensar y decir “¿soy Ernesto?, ¡soy Ernesto!, ¿soy?”, no hay forma de saberlo, son todas melodías que se parecen, todos cuerpos que deambulan inertes en una ciudad que no comprende de flaquezas.


La puerta gira, unos entran, otros se quedan esperando, la puerta gira, unos entran, otros se quedan esperando, la puerta gira, unos entran, otros se quedan esperando, la puerta gira, unos entran, otros se quedan esperando…

…todo da vueltas, y en el juego de la ruleta rusa no se puede ver el paisaje, ni siquiera podes conocerte. Solo se puede atinar a no perder el equilibrio, ese equilibrio que ya no fluye como ideal.

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Una niña desconocida sonríe entre tanta cara muda que ronda por ahí. Tiene un yeso que le cubre todo la pierna derecha. Sonríe mientras denota torpeza para manejar las muletas, sonríe con gracia y lo hace saber. Parece alguien fuera de lugar, posee otra sintonía, alguien que no condice con toda esta monotonía.




Quisiera ser ella, bucear en su sonrisa, saber lo que observa.

De poder apostar, diría que mira de par en par…

…un río ancho casi un mar, un Río de la Plata.










foto: lucho