rulos


Titubea el pie, tiene miedo de pisar ese frío mármol. Un mármol que lo congelaría, dejándolo casi muerto. Buscaría calor, para luego sufrir la transpiración inevitable, para caer en la tentación de querer lluvia, luego un diluvio, después un tifón universal, luego un fuerte viento, más tarde una tenue brisa, para terminar (indefectiblemente) en esa caricia que lo llene de felicidad, para luego desearla todos los días, para después enfermar por su ausencia y caer en la trampa de recordarla, recordarla con amargura, con ese dolor vacío y por ese frío mármol…ese frío mármol.

El pie siente que no tiene que volver a pisar lo pisado, cree intentarlo, pero lamentablemente el latido del corazón se le incrementa a medida que roza un par de rulos de la enrulada cabellera colorada.

Entonces…piensa, con debilidad y sin mucha convicción, piensa y deja de lado (por unos tres segundos) ese sentir enrulado que le enrula el dedo gordo. Piensa que no es bueno romperse nuevamente el corazón, pero irremediablemente el pensar no le sirve absolutamente de nada.

Siente que la suerte está echada, siente que perderá antes de jugar y que no habrá revancha.

El pie naufraga lentamente en una pileta eterna, en un mar sin orillas. Busca desesperadamente una isla, un puente, un túnel, una escalera de dos metros con baranda, algo para agarrarse, lo que sea. En su defecto se conformaría con encontrar un foco que ilumine su andar, o un solcito tenue que le permita observar el horizonte, o (de última) una sola estrella que lo pueda guiar hasta el final del camino. Un camino enrulado que se convertirá en pared en un lapso de tiempo no muy lejano.

Sabe que la suerte está echada, sabe que perderá antes de jugar y que no habrá revancha.

Se queda quieto, se deja atrapar por esos rulos colorados.
En un último esfuerzo, intenta dejarlos, pero no puede.


Lamentablemente, no puede.
No quiere hacerlo.


foto: manu

casi un mar (*)


Cien barrios, subtes, trenes, colectivos, pre-metro, combis, autos, tráfico, más tráfico. Bocinas, sirenas, bullicio, hormiguero, avenidas, calles, más calles. Caminar, correr, caminar, chocar, caminar, trotar, caminar, esquivar baldosas flojas y alguna gotera que cae desde el cielo. Miradas que se nublan, personas que parecen iguales.

Detrás de todo, existe un río ancho casi un mar.


Diez millones de personas que se aglomeran por lugares comunes, cincuenta nombres que uno podría recordar (con ayuda de una lista de papel), cuatro amigos que cenan juntos los miércoles, tres celulares (uno en el bolsillo izquierdo, otro en el cinturón y el último en la mano o pegado en la frente con cinta adhesiva), cuatrocientos contactos en la agenda.

Un solo río ancho casi un mar.


Días que son segundos, que son arena, que no permiten siquiera un suspiro. Esquivar a cuatro policías, a una señora mayor que camina lento, a dos individuos de traje que hablan a los gritos y a treinta mil ciento sesenta y dos personas que buscan transitar bajo la sombra.

No hay momentos para frenar, no hay siquiera una pausa que te permita pensar y decir “¿soy Ernesto?, ¡soy Ernesto!, ¿soy?”, no hay forma de saberlo, son todas melodías que se parecen, todos cuerpos que deambulan inertes en una ciudad que no comprende de flaquezas.


La puerta gira, unos entran, otros se quedan esperando, la puerta gira, unos entran, otros se quedan esperando, la puerta gira, unos entran, otros se quedan esperando, la puerta gira, unos entran, otros se quedan esperando…

…todo da vueltas, y en el juego de la ruleta rusa no se puede ver el paisaje, ni siquiera podes conocerte. Solo se puede atinar a no perder el equilibrio, ese equilibrio que ya no fluye como ideal.

-

Una niña desconocida sonríe entre tanta cara muda que ronda por ahí. Tiene un yeso que le cubre todo la pierna derecha. Sonríe mientras denota torpeza para manejar las muletas, sonríe con gracia y lo hace saber. Parece alguien fuera de lugar, posee otra sintonía, alguien que no condice con toda esta monotonía.




Quisiera ser ella, bucear en su sonrisa, saber lo que observa.

De poder apostar, diría que mira de par en par…

…un río ancho casi un mar, un Río de la Plata.










foto: lucho

ecología (tachos)


La nieve cubre al mundo me eligió para continuar una cadena de actos ecológicos. Quién recibe el premio decide si se compromete o no con la naturaleza y si lo hace, pone el premio en su blog y nomina a otras 6 personas para que hagan lo mismo. La importancia del premio radica en que quién recibe el premio debe incluir en su post un buen acto que haya hecho por el medio ambiente. No tiene que ser (necesariamente) algo muy elaborado, pueden ser cosas simples.


Este es mi relato ilustrado:


Al tirar el cigarrillo en la vereda, ella me miró sorprendida y señaló un tacho de basura.


Luego me dijo que los mismos poseen una especie de metal o chapita.



Después me explicó que la chapita sirve para que la gente apague el cigarrillo y luego lo tire al tacho.


De esta forma, cosas como estas no deberían suceder.


Estas tampoco...


y estas…menos que menos…


Fin



Bueno, en este caso, otorgo el premio verde a:

fotos: manu

la nota


1

Hay una nota dejada en la puerta de la heladera.

2

Una nota escrita con la mano menos ágil, con algún grito agudo, con cuatro saltos inquietos y un estornudo en el final.

Una nota escrita sin puntos, sin comas, sin minúsculas, con palabras pegadas y frases-párrafos.

La misma posee ocho números increíblemente nublados y dos errores de ortografía que preocuparían a cualquiera.

3

Observo la nota e intento encontrarle un patrón, una norma o una forma que me encarrile hacia un camino razonable que permita entender el sentido de la misma.

Busco y no encuentro lógica alguna, la cuestión carece de sentido.

Me centro en los números, trato de entenderlos, los anoto en otra hoja, para luego llamarte.

4

Intento hacerlo, pero el servicio técnico computarizado me toma el pelo diciendo:
“el número marcado es incorrecto, lea correctamente la nota dejada en la heladera…el número tres puede ser un ocho.”

5

Advirtiendo lo dicho, miro otra vez la nota.



No hay ni un ocho ni un puto tres.

6

Se produce un momento de furia.

7

La nota deja de existir…

8

…el teléfono también.

foto: manu

dentro (*)


La mirada era triste, como cansada. Estaba quieta en el sofá de la casa de sus abuelos. Miraba el rincón de la pared dónde faltaba un cuadro. Los ojos a medio cerrar y el pelo revuelto. Parecía esperando algo, una espera que la consumía como un cigarrillo olvidado en el cenicero de un bar de paso. Parecía detenida esperando algún suceso digno para reaccionar. Una reacción supeditada en flores del pasado, en imágenes idealizadas.

Era joven, tan joven que parecía una niña. Mirada penetrante, personalidad particular y una actitud de hierro. Comprendía muchas cosas y sabía de la vida, sabía sus teorías, sabía sus manuales, sabía estudiarlos, sabía comprenderlos….y actuaba en consecuencia.

La lógica claudica (lamentablemente) ante el primer escalón poco simétrico. Ante las verdades absolutas ahogadas a la orilla del río. La fuerza de la palabra volviéndose analfabeta ante la falta de fundamentos convincentes.

La cosa, en definitiva, resultó distinta a cualquier hoja de manual.

No me extraña que se den así, ni que quiera pedirme perdón.

Su cuerpo estaba seco por dentro y frágil por fuera. No hay más gotas por llorar. Mucho daño en tan poco tiempo. No hay visión, actitud, proyectos. No hay melancolía, ni ganas de querer. Hay un tiempo detenido que la envuelve en días infinitos que la maquinan y la oscurecen.

La reacción no aparece, el renacer se esfuma. Muchos golpes, cicatrices, marcas.
Humillación.
Mutilación.

Los brazos se le contraen, el cuerpo se le achica, la frente se le arruga.

Se siente en un tiempo equivocado.


Ella miraba el rincón de la pared dónde faltaba un cuadro…

…presumí su mente atrapada en una red.


Recordé un momento…

…donde supo sonreír.








foto: lucho

una estafa


El diálogo empezó con cierta fluidez, tal vez por destino y matemática (una suma, una resta y una regla de tres simple = charlar). Preguntas corrientes, respuestas pasajeras (con mucha exclamación), risas repetidas, dichos positivos (para resaltar al prójimo), miramientos centrados (como para no perder los ojos en otras partes), voz suave, acercamiento posible, luces apagadas, cerveza en la barra del bar, poca gente, de madrugada, sin prisa. Todo perfecto.

Presumo que puede suceder algo. Es hermosa.

Me intereso aún más por la conversación, buscando preguntas con respuestas que me hagan fluir, que me permitan volar, y que logren sacarme de la lógica diurna.
-¿Cuáles son tus sueños? –pregunto con ánimo.

Ella suspira con ganas, ¡hasta sonríe!, toma fuerzas y de forma mecanizada me cuenta: “Pienso terminar la carrera de Abogacía el semestre que viene, luego hacer un máster sobre comercio exterior el otro año. En el trabajo que tengo, seguiré unos meses más, después renunciaré. En ese tiempo aprovecharé para hacer un curso para despachante de aduana. Luego trabajaré en algún estudio jurídico grande (me nombró unos catorce). En cuatro años pediré un crédito bancario y me compraré un departamento, buscaré que sea por el barrio de Palermo o de Belgrano, siempre viví por ahí y no quiero cambiar de lugar. Pienso casarme dentro de siete u ocho años, en estos momentos no puedo comprometerme, no tengo ese tiempo, ni tampoco quiero distracciones. Hijos no lo creo. Mañana pienso comprarme un perro salchicha. En estas vacaciones iré a la costa a disfrutar del sol, del mar y buscaré un amor de verano, nada muy profundo, sólo físico. Quisiera cortarme el pelo y dejarme un flequillo semi-largo…hasta por acá, más o menos….

De pronto levanta la cabeza y observa que me estoy retirando sutilmente de la barra.
-¿¡Qué pasa!? –pregunta sorprendida.

-Me voy –contesto de forma cortante.
-¿Qué pasa? –vuelve a preguntarme.

La observo estafado.
-Pensé que tenías sueños, no tanta realidad.


foto: lucho

642 días de barba


El joven Matute saluda con aire extraño y sin confianza. Tiene los ojos tristes y un caminar discreto, casi oculto. Los pasos son cortos y lentos. El cuerpo se le tambalea un poco, parece falto de equilibrio.

Quiere hablar, pero no sabe por donde empezar. Supongo que piensa que en realidad no tiene nada que decir. De igual manera, juntan fuerzas y con cierto balbuceo me explica que, se le ocurrió para ver que pasaba, para saber, para verse distinto, para comparar y analizar. Un sacrificio digno para salpicarse de verdad, una verdad absoluta, una primera ley.

Me dice que en realidad la cosa es innegable. Que él no quería, que lo hizo casi sin pensar. Que la ocurrencia estaba, pero no como algo real, sino más bien como un suponer, como algo utópico, como un sueño casi pesadilla.

Trato de mirarlo como siempre, no sé qué decirle, sólo se me ocurre respetar su silencio.

Prendo un cigarrillo “¿Querés?”, le pregunto con tono despreocupado, “Tengo”, me responde, mientras mira la calle y estornuda.

-¿Cómo refrescó hoy, no? -me pregunta, mientras se pone una bufanda espantosa.

-No, che. Hace más calor que ayer -respondo, sin darme cuenta que dichas palabras pueden sonar muy fuertes y hasta agraviantes.


Su mirada sigue en la calle, pero ya no puede dominar la situación, su entrecejo se frunce, se le achinan los ojos, llora despacito.


Me acerco.

Le doy una palmada en la espalda y le digo cor aire positivo “todo pasa Matute, la barba crece. Crece rápido.”






PD: El autor prefiere respetar la identidad del joven Matute y -además- no mostrar su rostro afeitado.


foto: nn

la perdición sexual (*)


Casi dos años estuvo el joven Morito sin tener relaciones sexuales. No es algo que él haya premeditado, suponemos que se sumaron situaciones absurdas, hechos lapidarios, gustos de piel, caprichos de personalidad, manías enfermas y/o nostalgias de algo anterior. Todo esto (creemos), debió (aparentemente) edificar dicha situación impensada y ciertamente absurda.

En estos casi dos años Morito hizo un sin fin de cosas: se recibió de arquitecto, aprendió alemán, se independizó de sus padres, compró una planta, leyó a Borges (Ficciones, El Aleph, El Hacedor, Historia Universal de la Infamia y El informe de Brodie), le regalaron un gato (aún vive), se sacó las rastas del pelo, cambió la batería por una guitarra acústica, empezó el gimnasio, estudió historia latinoamericana, se hizo un tatuaje del “che” en la pantorrilla izquierda, visitó países como: Uruguay, Brasil, Bolivia, Perú, Chile, México, Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Italia......pero se aburrió (mucho...pero mucho) en Suiza. Casi se compra un auto, pero desistió porque no tenía donde dejarlo por las noches. Invitó muchas cervezas, se acostó temprano los días de semana, creció laboralmente, se operó los ojos, se arregló una muela, se cuidó la piel, teorizó sobre el marxismo, aprendió a nadar de forma aceptable, compró un sofá de tres plazas, vendió su televisor de 78 pulgadas, compró una biblioteca (chiquita) de pino, aprendió a cocinar, engordó un poco, dejó de fumar.

Hace tres semanas conoció íntimamente a una muchacha de ojos celestes con toques de verdes. Morito anduvo oculto durante días sin contestar el teléfono, celular, celular del trabajo, mail, segundo mail, tercer mail, mail laboral, msn, fax, carta, blog, flog, myspace, nada de nada, desaparición total. La interacción con la piel femenina lo hizo (al parecer) deseoso de más, dejando de lado el común desarrollo de sus cosas, de sus horarios, de sus ideas, de su sistema, de su vida.


Ayer me llamó.

Volvió a fumar.








foto: manu

novedades en el blog (música)


Lucho me dijo (hace unos días): “Manucho, -sí te interesa- se me ocurrió algo. Te puedo armar varios temas cortos para los escritos del blog, solo guitarra, o solamente piano, etc. Me parece que acompaña muy bien a la lectura algo sin letra, y bien simple. Abrazo!”


Acepto la idea. Me parece que la música puede enriquecer a los textos y hacerlos más atractivos, encima, que alguien quiera componer temas especialmente para estos escritos...un lujo tremendo.

Mañana miércoles haremos el debut, espero que les guste. Igualmente no creo que Lucho pueda componer para todos los escritos (sería un abuso), pero bueno, para algunos.



Saludos: Manu

cuenta regresiva


Sobre el cerro la sombra crece, el sol se esconde, la luz se aleja, todo parece apagarse. El cerro es amplio, alto, natural, variable. La vista es magnánima, los ojos eternos, el horizonte palpable.

El viento crece, ahí donde el rostro choca contra el vacío. Las manos se apoyan en piedras fuertes, mientras que los pies reculan por la inercia del miedo. El vértigo nos habla al oído, uno se estremece.

En el cielo, el sol se despide y las nubes conversan acéfalas. Un inminente suceso se aproxima. Las rocas chocan entre sí, tratando de moverse. Existe una brisa melancólica que muere inerte en el intento de decirnos algo.

Los árboles buscan hacerse anchos y conversan preocupados, mientras que el resto se esconde, algunos sonríen.

La oscuridad es total, todo se suspende en un minuto de espera casi fatal. El viento aguarda inquieto, infla su pecho, aguanta la respiración. Hay una calma momentánea que aterra. Hay un sentir apocalíptico.

Una luz...seguida de un trueno, llega desde el cielo. Los violines se preparan.

El cielo tiembla. El viento exhala con vehemencia.

Las nubes se agrupan, se hacen masa, se conjugan con fuerza, se ponen de pie, abren sus bocas, aprietan sus dientes, cierran sus ojos y sueltan su llanto...


...diluvia.

foto: manu

ronda para seis


Piense en un bar y que es de noche. Seis personas nos competen: tres mujeres, tres hombres. Los mismos están ubicados en una mesa y sentados en dos sillas, un puff y un sofá para dos. Teniendo en cuenta esto: dos mujeres están sentadas en el sofá; de los hombres uno está en el puff y los otros dos en las sillas que quedan; la chica que resta, está sentada en otra mesa.

Esto sería así: ellas dos = sofá, la chica que está en la otra mesa, él = puff, él = silla 1, yo = silla 2.

El diálogo en la mesa es mundano, existen voces agudas, risas muy abiertas, comentarios que van y vienen (de los cuales poco se pueden ahondar). Yo sufro de bostezos reiterados que se hacen difíciles de ocultar, mientras que mi voz interior me pide a gritos “no tomes más vino por hoy!”.

(ellas dos = sofá), hablan especialmente con (él = puff), dado que las tiene encandiladas con sus aptitudes musicales. Les pinta su mundo artístico, lleno de música y de colores vivos. Les agrega (además) un poco de sonidos dulces, un toque de perfume en el cuello y una pequeña porción de sushi. Todo esto parece seducirlas y las hace competir. Lucharán por el joven músico hasta el amanecer.

Dicho joven (él = puff), mira a la chica sentada en la otra mesa. Es una chica de pelos inflados y con un pircing en el labio inferior. La mira, la observa, trata de hacerse notar, pero no lo logra. Por lo tanto...se deprime, pierde su color, pierde su discurso y deja de estar comunicativo con las chicas (ellas dos = sofá), las cuales se ponen histéricas, y tratan de lucubrar algún tema de conversación de manera urgente. Perciben que la chica de la otra mesa es una amenaza, tratan de hacer algo.....entonces.....se sacan la camperita y dejan al descubierto sus escotes pronunciados. La guerra ha comenzado.

La chica de la otra mesa observa con cuidado a (él = silla 1), que está a mi lado. Lo observa porque tiene un gran encanto y una mirada triste que pide mimos. Encima es grandote, viste ropa ajustada y usa el pelo largo con puntas irregulares que le tapan un ojo. Posee cualidades que, de noche, provocan en algunas chicas ánimos de algo.

(él = silla 1), está con la mente bien lejos. Está en otro mundo, y solo mira la puerta de salida, como esperando algún suceso que le permita escapar. El piensa en anoche, en ese chico de manos grandes y de besos carnosos. Recuerda su pecho depilado y las marcas que le dejó en el cuello, “¿lo volveré a ver?” -piensa
, mientras toma una cerveza algo tibia por la espera.

(yo = silla 2), miro las marcas de humedad del techo, nadie me observa, nadie me habla, solo la camarera atiende mi llamado desesperado (después de dos minutos de tener la mano levantada) “me das otra copa de vino, por favor?, gracias.....mmmmmmm....no, no, no, no, ¡mejor no!, que sea la botella.”

La noche está perdida.

foto: manu

lo simple


Puedo comprender lo complejo, analizar situaciones caóticas, estipular soluciones viables. Puedo encontrarle sentido a los hechos insólitos. Logro entender ciertas actitudes heroicas, y también vislumbrar comprender un accionar macabro. Adquiero valentía ante lo funesto y disfruto de la presión, la misma me permite aflorar todos mis sentidos dormidos y actuar en forma superior a mi media mediocre. Aprendí a intercambiar opiniones y a comprender otros puntos de vista. Me explicaron que muchos pueden decir la verdad y estar igualmente equivocados. Guardé mi terquedad en el armario (capaz sea temporal). Voy dejando de lado los momentos de furia (capaz sea temporal). Fui aceptando las responsabilidades que me tocan y trato de volar en palomita hacia la independencia. No sufro de soledad un viernes de lluvia, y aprendí a disfrutar de la nostalgia trasnochada.

Me estoy moldeado con estas cosas, pero todavía sucumbo ante lo simple.

Sucumbo ante lo simple y no hay con que darle. Mis premisas caducan ante tu risa pícara. Mi vocabulario se vuelve precario ante tus comentarios sentidos desde el pecho. Mi firmeza hecha roca, se vuelve permeable ante tu abracito con sueño.

Pierdo distancias ante lo simple, ante tus gestos y no hay con que darle. Sucumbo ante esa simpleza y me parece un pecado sentirlo así. Lo simple debería ser el refugio entre tanta histeria colectiva, pero no. Me pierdo, me olvido, me nublo. Lo sencillo se expande como un laberinto en mi memoria, con lo cual, pensar se vuelve una actividad absurda, casi imposible. Estoy a ciegas. Muevo las manos. Pataleo. Transpiro. Lo intento, pero caigo.

Sucumbo.


Sucumbo ante lo simple, pero no puedo decírtelo. Soy complejo.

foto: manu

el libro inquieto


El libro inquieto anda quieto en penitencia en la biblioteca quieta. Los libros quietos se miran a veces, los más altos se hacen los importantes, aquellos de tapa dura piensan que tienen sangre azul y ni hablar de los que tienen varios tomos. El libro inquieto, que habla mucho, trata de tener un diálogo con el diccionario de portugués pero no tiene éxito, el diccionario es algo aburrido y solo responde a cuestiones puntuales. Al lado tiene a Nietzche que se cree superhombre. El libro inquieto cree comprender que no le cae bien, aparte no entiende mucho lo que dice Federico, con lo cual se siente medio perdido y se le ocurre pensar “este tipo Nietzche es medio antipático”.

El libro inquieto mira para abajo y siente el vértigo del piso. Allá en la mesita de luz observa a su buen amigo Fontanarrosa, le chifla pero no lo escucha. El diccionario le pide que deje de gritar porque quiere dormir la siesta, dado que a las ocho de la noche el joven Rigoberto tiene clases de portugués y suele trabajar mucho con él. El libro inquieto se queda quieto pero inquieto, y trata de dormir pero no lo logra. Inquieto el libro inquieto, deja de estar quieto y pasa por arriba de Nietzche (puteada de por medio) hasta llegar a Sabato, pero Sabato murmura una queja, mientras ocupa su tiempo en un ensayo sobre las cuestiones físicas del universo. El libro inquieto continúa su viaje hasta Cortázar que le está explicando a Antoine de Sain-Exupéry por qué en Rayuela, Oliveira confunde a Talita con la Maga....el libro inquieto no entiende y sigue su camino inquieto pensando “¿cómo puede ser que las confunda, serán gemelas?”.

El libro inquieto observa a Dostoieski, pero Isabel Allende le dice que no puede pasar a saludarlo, que Dosto está jugando al póker con las novelas baratas y que eso no es cosa de chicos. Inquieto, mira hacia el interior y se queda sorprendido “¿por qué hay chicas desnudas?....¡que juego extraño el póker!”, le cierran la puerta.

El libro inquieto se queda quieto arriba de un atlas, se queda quieto mirando el paisaje, mientras piensa si hay alguien que quiera estar con él, conversar un rato.......y quietito se queda pensando en eso, mientras que inquietamente se queda dormido resoplando un ruidito tristón, con aires de queja.

foto: manu

ojitos de lunes (*)


La almohada acompaña a mi cara hasta la calle. El bostezo se hace diálogo, mientras el sol dormido no aparece en la mañana nublada. Los pasos son lentos y cortos. La gente camina torpe y con cara de pocos amigos. La sensación de haber trasnochado se siente. El lunes se hace difícil.

Hay por ahí quien dice que solo es cuestión de “arrancar” el día y que después todo fluye, que todo se hace más llevadero, casi como un tobogán. Pienso en eso, trato de adaptarlo a mi mente y de creerme esa idea, pero pisar una baldosa floja y mojarme la piernita izquierda es algo demasiado terrible como para lucubrar una sonrisa cálida, casi caribeña y con un poco de carnaval. Así, (concluyo) se hace difícil encarar la jornada diurna de una manera positiva.

El día es frío, el subte un horno.

Pierna mojada.

Tengo puesto: campera, sweater, camisa, remera, gorro, guantes (¿dónde me los meto?).

Veamos, necesito música urgente, eso es, buscar algo que me distraiga de las gotas de transpiración, veamos que hay....mmm....no, no, no, esto es muy rock, esto es muy triste, ahá, esto puede ser, claro, ¡cómo no se me ocurrió, claro que si!, ahora, exacto, capaz, en una de esas...el día se transforme en un tobogán.

Pongo play.







Solo restan doce estaciones para llegar.



foto: manu

burbuja escapatoria


El tipo corre, corre mucho. No vislumbra detenerse en ningún momento. No afloja, no mira nada, solo sigue su camino, su mundo burbuja.

De pronto, sorpresivamente, se frena. Toma un poco agua, pispea algo por ahí, no le presta mucha atención, toma un poco más, se saca la traspiración de los ojos, se moja la cabeza, resopla acelerado, busca un poco de aire y termina apoyado contra un árbol.

Elonga sus piernas cargadas por el esfuerzo, mira de reojo, presta un poco más de atención, toma un poco de agua, y un poco más. Deja de mirar de reojo.

Mira abiertamente.

Observa con toda atención y también trata de escuchar. Se le pasa por la mente decir algo pero no lo hace, trata de pensar que podría decir, sigue observando, el ruido crece, piensa, piensa.

Alguien murmura.

El tipo no abre la boca. Se siente observado. Gira sobre su eje y mira a su alrededor. Observa los detalles y el gris invariable. Se sorprende de las rejas y de las paredes precarias. Le piden limosna y lo tocan. Escucha sus voces heridas, percibe la impaciencia que sufren. Junta tristeza. Trata de mirar el cielo, se pone en puntitas de pie, pero el humo existente todo lo tapa.

Cierra los ojos, siente el olor, oye el ruido.

Existe un instante...

...abre los ojos, mira todo y quiere gritar con fuerzas, pero no lo hace. Larga una lágrima, siente impotencia, siente rabia, no hay manera de ayudarlos.

No quiere mirar más, no quiere sentir sus penas, no quiere seguir escuchando, no quiere darse cuenta.

Toma agua...

y sigue corriendo.


foto: lucho

velocity


La zapatilla vuela, vuela alto y muere resignada contra la pared del comedor, dejando una marca notoria y evitable.

Es un decir, es un mirar, es una brisa, es un segundo, es una coma, es tomar aire...eso es lo que uno tarda en sacarse el pantalón.

Las medias, las medias son otro tema. Capaz uno se resbale al sacárselas y termine internado. A veces se hacen como un nudo y se quedan agarraditas al tobillo sin querer soltarlo. No es sencillo.

Si se tiene un buzo, es conveniente que tenga cierre, logrando así un desvestir con un poco de ritmo (casi sensual) y menor torpeza. No es conveniente utilizar vestimenta con botones, se vuelven un enemigo.

Sobre la remera, es un tema, aconsejo no usar. La cuestión es que dada la vehemencia con la que uno se suele sacar dicha vestimenta se puede, sin querer, golpear a la otra persona dejándola inconsciente.

Del bóxer, solo decir que es bueno tener uno decente. Como para denotar un cierto cuidado íntimo.



PD: es conveniente pispear si la otra persona también se desviste, no es bueno quedar demasiado en offside. A veces tener velocidad en este arte es totalmente contraproducente.

foto: manu

piernas dormidas


No se puede hacer nada, mi seudo arte de escribir no aparece. Existe una hoja A4 bien planchadita que mata la espera juntando mugre. No hay movimientos, no hay letras, no hay palabras. No hay un saludo, ni siquiera un adiós chiquito. No hay un besito en la mejilla o una tacita de café. Tampoco aparece un llamado que te despierte el apetito o un despertador que tenga un sonido agradable. Existe un relajamiento. No hay respuestas. Hay una mirada que me observa con ganas de decirme algo y hay una mano que anda cerca de mi rostro pero a cientos de kilómetros.

Soñé que un rulo me enrulaba la vista y me dejaba tocar lo imaginario. Soñé, también, que una sombra le hablaba a la mía, que se hacían amigas y que se tomaban la noche de franco para irse de levante.

Tengo un saco viejo que me gusta pero que me queda chico. Tengo unas zapatillas que me encantan pero están para el tacho y hay un paraguas que me anda torcido. Hay un viento que se queja del frío y que me recuerda que no tengo que escribir.

Me gustaría escribir una cosa cortita. Por el momento tengo espuma. Me gustaría titular algo como “piernas dormidas” o “brazos cruzados”, quizá todo junto, no lo sé.


-¿Qué hace cuando no puede escribir?
-Pienso.
-¿Algo en particular?
-No.



foto: manu

iris


Es un salto eterno, es una liberación, es andar en bicicleta sin manos, es cerrar los ojos y sentir el viento que te rodea la cara, es encontrar ese momento de paz supremo, es reírse sin saber la razón, es mirar el paisaje gris desde otra perspectiva y llenarlo de colores vivos, es querer correr, es estar contento de los enojos, es encontrar alguna llave pérdida desde hace años, es encontrar un orden entre tantos puntos inconexos, es gozar de los hechos mínimos, es vislumbrar los hechos máximos, es llorar de felicidad, es un giro incesante que va a mucha velocidad...a tanta velocidad y en un tiempo tan ajeno que el tiempo mismo parece ordinario. Son sensaciones que pretendo expresar pero que se tornan arduas de explicar. Son cosas que van más allá de alguna razón, van más allá de un entendimiento, es un aroma, una sensación. Es escuchar la canción que te gustaba hace muchos años. Es encontrar una foto de primaria, no es nostalgia, no no no. Es como ir caminando linealmente en un pelotón y de pronto girar a la izquierda, dar unos pasos, volverse atrás y mirar como los demás siguen caminando linealmente, en un camino lineal, en un tiempo lineal...y es darse cuenta de eso, y es mirar hacia tu izquierda, observar un camino ondulado, en un tiempo variable y decirse “¿por qué no?”.

foto: manu

epílogo


Sentado en la plaza, consumiendo con vehemencia una novela, dos semanas leyéndola, catorce días, y ahora acá, terminándola. No quiero llegar a la última página, no quiero perder la amistad que tengo con ella, no quiero un “hasta luego estimado lector”, no quiero un ”nos vemos en la próxima novela”, "te recomiendo que leas...", no quiero, no quiero, no quiero. No.

Deseo su compañía constante que me protege de un mundo que no entiende.

Doy vuelta la página 647, sólo resta un párrafo pequeño, ya voy sufriendo el adiós, mis ojos se hinchan, se me frunce el entrecejo. Siento la despedida, no quiero llorar, pero un poco si.

Y es el punto final de la novela, un adiós unilateral. El libro se cierra, te deja afuera. Levanto la vista, observo a la gente caminar. Viento.

Pausa o desconcierto.

Una sonrisa aparece lentamente en mi rostro (desde el lado derecho). Recordaré haberla conocido, sus diálogos y su personalidad oculta llena de sorpresa. ¡Eso es! La pensaré en la fantasía del recuerdo y en la nostalgia trasnochada. Qué bueno ha sido conocerla. Si, si, que bueno ha sido.

Anochece en capital, el frío se siente, volver a casa y comer algo rico. Buen plan.

“...cómo me gustaría comer unos ravioles de la abuela.”

foto: manu

laberinto


Silencio, silencio.



Por decirte algo. Fumo un poco. Silencio, silencio. Tengo que exteriorizar una palabra, dos, siete. El silencio comienza a maltratar a mi mente que piensa pero no encuentra el final del laberinto para dar con la pregunta que consistiría en poder tener un diálogo superficial.

Fumo un poco más. El cigarrillo se consume, silencio. Un poco más de tabaco, silencio, silencio, silencio. Ultima pitada, silencio. El cigarrillo se termina y lo apago en el cenicero redondo ubicado en el medio de la cama matrimonial entre ella y yo. Allí, como un punto territorial culmine, donde empieza su silencio y termina el mío.

Estamos a oscuras.

Debería justificar mi presencia de alguna manera, no hay tiempo, debo imaginar alguna forma espontánea de diálogo. Quizá podría hacerle algún mimo suave, casi sensible, para dar a entender lo agradable que es mirar el techo (que no se ve) y lo ameno de no hablar, sino de compartir el silencio que en realidad no se está compartiendo, desde el punto de vista de que yo estoy del lado derecho de la cama y mi silencio es abarcativo sobre ese lado nomás, es decir, mi silencio no es el mismo que el de ella, claramente.

¿Cómo lo sé?

Ella respira acelerada, como nerviosa, debe estar sufriendo esta situación muda. Dirán, “pero usted también sufre”. Cierto es, pero mi sufrimiento dista mucho al de ella. No estamos conectados en este momento, ella sufre, no sufre lo que yo estoy sufriendo, es otra cosa, no lo sé, sigo en el laberinto.

En el laberinto.

Las paredes son lisas, grises, como sin pintar. El cielo es gris también y uno se confunde. El camino no tiene variables y no hay giros, no hay caminos que elegir, pero es un laberinto. Trepo una pared para ver que hay más allá y observo más caminos uniformemente paralelos.

Arriba de la pared me quedo sentado, resignado.


En la cama.

Me paro avergonzado, busco el pantalón, me lo pongo y salgo sin decir adiós.

foto: manu