
Si bien dicha petición corporal es inminente, estima necesario omitirla por el momento. Entiende que rascarse con vehemencia, resultaría poco atractivo para los ojos de la joven que tiene enfrente. A su vez, supone, que él debería poseer una soberana supremacía por sobre su nariz, esto es: él es el gigante, la nariz es la pequeña, por lo tanto, correspondería dominarla con total autoridad y suficiencia.
Entonces, ocurre lo teóricamente evitable, la nariz se rebela, incrementa su picazón, lo desafía vilmente, une voluntades y entrelaza alianzas con el hombro derecho, la tetilla izquierda, el ombligo profundo y los testículos.
Los pies se acalambran.
La boca sangra estrepitosamente.
Intenta desconocer todo lo que acontece, pretende observar a la joven, continuar dialogando con naturalidad, pero sus ojos se quedan ciegos, el cuerpo transpira descontrolado, le urge vomitar, escupir, parece estar a punto de perder el conocimiento.
La situación se torna desesperante.
El corazón palpita, retumba en su cuello.
¡Grita!, primero de forma grave, después de manera aguda, luego se esconde en el silencio y en su exasperante quietud.
Comprende, claro que comprende, no tiene opción.
Sucumbe a rascarse con las dos manos y por entero.
Encuentra calma, pero ya es tarde.
La joven huye despavorida.
Hoy no tendrá sexo.
foto: lucho